Muerte de una princesa que había decidido jugarse por el amor.

Hace 22 años, en París, y junto al hombre que amaba -Dodi Al-Fayed- se mató en un brutal accidente en el Puente del Alma. Los detalles del día final de la "princesa del pueblo".

A las nueve y media de la mañana del último día de su vida, Diana Spencer –Lady Di–, tomada de la mano por Emad El-Din Mohamed Abdel Mena'em Fayed (Dodi Al-Fayed), mira las calmas y transparentes aguas de la costa Esmeralda desde la cubierta del Jonikal, el colosal crucero de 22 millones de euros de su novio, hijo del varias veces millonario Mohamed Al-Fayed, dueño de los míticos almacenes Harrods, el Fulham Football Club y el histórico hotel Ritz.
Ella viste un traje de baño celeste; él, un short amarillo.
Es el final de nueve días de navegación que ellos califican de "gloriosos". Nueve días que han sido manjar de dioses para los paparazzi y sus poderosos teleobjetivos. Siguiendo al crucero a lo largo del día, tienen fotos como para un libro.
Pero el bucólico periplo por el Mediterráneo ha llegado a su fin: Diana debe volver a Londres para acompañar a sus hijos, William y Harry, en el inicio de las clases.

De pronto suena el celular de Dodi. Es Frank Klein, administrador del Ritz, y encargado de vaciar la Villa Windsor, comprada por el novio para vivir allí después del casamiento, previsto para octubre o noviembre...
Al mediodía, la pareja, dos guardaespaldas y el ama de llaves pasan del crucero a una lancha rápida, luego a un muelle, y Diana y Dodi, rápidamente, suben a un Mercedes Benz blanco mirando hacia los cuatro puntos cardinales. No hay peligro: cero paparazzi. Cazadores de fotos que, conocida la relación de Lady Di y Dodi, los han acosado como caníbales hambrientos.
Media hora de viaje por la costa sarda, llegada al aeropuerto de Olbia, y abordaje al avión privado del padre de su hijo mimado: máquina de última generación con los colores y dorado. El símbolo de Harrods.
Aterrizaje en el aeropuerto de Le Bourget, muy cerca de París: 16 kilómetros, y un disgusto. El tam-tam de la selva, a cargo de periodistas y fotógrafos italianos e ingleses, reunió a unos 20 ávidos por imágenes y declaraciones
Desembarcaron con un más que sencillo look. Ella, pantalón y saco marrón claro, camisa negra, anteojos oscuros; él, saco y camisa negros, y jeans oscuros.
En el avión viajaron el guardaespaldas de Diana, Trevor Rees-Jones (29), y el de Dodi: Kes Wingfield (32). Y en la pista los esperaba el chofer Henri Paul: tres hombres que con el correr de las horas vivirían, directa a indirectamente, el color, el olor y la sangre de la tragedia.
Estacionado cerca de la pista y listo para el último tramo, Le Bourget-hotel Ritz, los espera un Mercedes Benz 600 negro: el más lujoso, potente y mejor equipado de su serie.
La pareja se sienta en la parte de atrás. Trevor Rees-Jones, en la butaca delantera derecha. Al volante, Philippe Dourneau (35), antes chofer del Ritz y desde entonces contratado full time para manejar esa nave de cuatro ruedas porque, según su patrón, es discreto, puntual, conoce París como su casa, y jamás viola una regla de tránsito.
Detrás marcha otro clásico eterno: un Range Rover, también negro. El auto de Dodi cuando el millonario está en París. En este caso lo maneja Henri Paul. Chofer, pero también jefe de Seguridad del Ritz. A su lado, Ke Wingfield. Atrás, el resto del séquito: el mayordomo, el masajista y el ama de llaves del futuro marido de Diana Spencer. Y Henri Paul, con un mandato: "¡No dejes acercarse a los paparazzi!"
Un error que pudo cambiar la historia. La princesa de Gales y su prometido tenían derecho a ser escoltados por custodios del Servicio de Protección de Altas Personalidades, Ministerio del Interior. Y ella también mantenía el derecho de exigir la custodia de la Brigada de Protección de la Familia Real..., pero después de divorciarse de Carlos rechazó ese privilegio. Según ella, "para que no espíen: le cuentan a mi ex marido cada uno de mis pasos".
Salieron del aeropuerto. Un motociclista de la policía los acompañó hasta la autopista. De pronto, dos motociclistas y el chofer de un Peugeot 205 negro... ¡detrás! A bordo, tres tan temidos paparazzi. Philippe Dorneau aceleró: 125 a 135 kilómetros por hora. "Pero las motos nos flanquearon, y los flashes de los fotógrafos casi me ciegan", contó.
Según Kes Wingfield, el custodio de Dodi, "los paparazzis hablaban por teléfono entre ellos. El Peugeot negro se cruzó, frenó, y me obligó a bajar la velocidad. Por primera vez desde su llegada, vi nerviosa a la princesa. Tenía miedo. Imaginó que las motos caerían o chocaran, cerrándonos el paso...".
Dourneau los despistó acelerando en una curva cerca de Porte Maillot, y Paul puso proa al centro –Arco de Triunfo¬– para dejar el equipaje de Dodi en su espectacular piso donde la pareja decidió pasar la noche.
Pero la tragedia –el negro collar de cuentas inmodificable– ya había empezado el último capítulo.
A las cuatro y media de la tarde, princesa y millonario llegaron al Ritz. Subieron a pie hasta la suite Imperial, primer piso: una réplica de la cámara real de María Antonieta, palacio de Versalles, reinado de Luis XVI, a diez mil dólares la noche..., que no pagaron: papá Al-Fayed es el dueño.
Agotados por el trajín corrido desde el desembarco en Cerdeña, durmieron un par de horas. Al despertar, Diana fue a la peluquería, y después cenaron en la suite: aves de caza, champagne y petit fours.
Algo más tarde, Diana decidió salir de compras, pero se estrelló contra la inmutable barrera de paparazzi. Sin embargo, se acercaba el cumpleaños de su hijo Harry, y no quería dejarlo sin regalo. Mandó a un empleado del hotel a las célebres tiendas de Faubourg St-Honoré con instrucciones, y una vez concretada la compra, llevó los paquetes al piso de Dodi. Luego, Al-Fayed padre los hizo llegar a Sarah, la hermana de Diana.
Mientras, Dodi también salió en plan secreto. Se encontró con el joyero Alberto Repossi, al que le había encargado el anillo de compromiso. Lo pagó, pero se tentó con otro:
–Me llevo los dos. Que ella elija. El pago lo arreglamos en la gerencia del hotel.
Siete de la tarde. Los novios salen por una puerta trasera del Ritz y entran en el Mercedes Benz 600. Plan: ir al magnífico piso de Dodi: diez habitaciones en un lugar de privilegio en el mapa de París. Lejos del mundanal ruido... ¡y de los paparazzi!
Mientras, a espaldas del incidente y en su piso, Dodi preparaba una noche de plena intimidad, silencio, sexo. Diana llegó poco después y preparó ¬cómplice– el Salón Verde. Antes de salir, Dodi le dijo al mayordomo:
–No te olvides de champagne con hielo.
A las nueve y media de la noche fueron a cenar al restaurante Chez Benoît... ¡y otra vez los fotógrafos! Acoso sin piedad.
Canceló la reserva y decidieron cenar en el Ritz.
Diana escapó del auto arropada y protegida por Kes Wingfield. Fue horrible: le ponían los lentes casi tocándole la cara. Entró al hotel, se derrumbó en una silla, y dejó caer una lágrima.
Una pesadilla...
Pero Dodi trazó un plan. Usar dos coches. Dos Mercedes Benz. Pero uno como señuelo, como engaño, y el otro para los novios, con Henri Paul al volante.
La princesa empezó a demacrarse. El acoso. Los planes dados vuelta. La incertidumbre: "Estoy realmente enamorada de Dodi" Pero la maniobra de despiste no funcionó: demasiado evidente y demasiados testigos.
Subieron al Mercedes Benz S280 placa 688LTV75. Al volante, Henri Paul. Atrás los novios y Trevor Rees-Jones. Y siguiéndolos, los paparazzi ávidos de fotos.
Carrera loca. Casi 190 kilómetros por hora. Avenida Cambon, Plaza de la Concordia, avenidas Course la Reine y Albert I, túnel debajo de la Plaza del Alma, y 23 minutos después de medianoche Henri Paul pierde el control, bruscamente pasa al carril izquierdo, y sin bajar la velocidad se estrella contra la columna número 13.
Auto destrozado. Dodi y Paul, muertos casi en el acto: fracturas de columna vertebral. Diana sigue viva y consciente.
Un médico que pasó por azar le dio oxígeno. Una ambulancia tardía –más de las dos de la mañana– la llevó al Hospital Pitié-Salpêtrière. Cuadro irreparable: el corazón, desplazado, desgarró el pericardio y la arteria pulmonar. Murió a las cuatro de la madrugada: primeros resplandores del alba... A las dos de la tarde del mismo día –31 de agosto de 1997, hace 22 años–, el príncipe Carlos y dos hermanas de Diana llevaron su cuerpo a Londres.
Habían pasado algo menos de 16 horas desde el momento en que Diana Spencer (Lady Di) miraba, serena y cerca de un cambio de vida, las aguas del Mediterráneo.
Y el resto es silencio.