Tres referentes en economía y seguridad social analizan la crisis estructural del régimen jubilatorio argentino: los datos detrás del colapso, la presión demográfica que todo lo agrava y los caminos –individuales y colectivos– para evitar que la vejez quede a la deriva.


“Para todos los que tienen menos de 50 años, la jubilación como la conocemos se terminó”, advirtió con contundencia la especialista en sistemas previsionales, Andrea Falcone, durante una reciente conversación sobre el futuro del sistema previsional argentino. La frase, pronunciada en el marco de un debate junto a los economistas Jorge Colina (IDESA) e Ignacio Apella (Banco Mundial), resume el diagnóstico compartido por los expertos: el sistema jubilatorio argentino atraviesa una crisis estructural que, lejos de resolverse, se agudiza por factores demográficos, económicos y sociales.
Este artículo forma parte de La Conversación, el nuevo ciclo audiovisual de Infobae ya disponible en YouTube, que propone abrir el debate sobre temáticas complejas que atraviesan a la Argentina. Se trata de un espacio de conversación reflexiva moderado por Gonzalo Sánchez, donde, en cada episodio, expertos, investigadores, activistas o referentes comparten su mirada sobre un tema de interés social, político o económico. Los episodios están disponibles todos los jueves en el canal de YouTube de Infobae. En esta edición, el foco está puesto en la pregunta que inquieta a toda una generación: ¿sigue existiendo la jubilación tal como la conocíamos?

Una transición demográfica sin vuelta atrás.
El sistema previsional argentino, históricamente, ha sido uno de los principales instrumentos para mitigar la pobreza en la vejez. Según explicó Apella, “el sistema cumple ese rol con, por supuesto, sus discusiones, pero lo cumple”. Sin embargo, el panorama a futuro es cada vez más desafiante por dos grandes frentes: las dificultades estructurales de funcionamiento del sistema y la transición demográfica hacia una población cada vez más envejecida.
En 2015 nacían en el país unas 800.000 personas al año; hoy, apenas 400.000. “Cada vez habrá más adultos mayores y menos jóvenes que aporten”, alertó Apella. El ratio ya cayó a 1,8 trabajadores formales por jubilado, cuando se necesitarían al menos cuatro. “La transición demográfica no implica solo más adultos mayores, sino también menos población joven. Es un cambio en la estructura etaria que impacta directamente en el número de personas en edad de trabajar”, detalló el economista. Este proceso, que Europa ya enfrenta, afectará de lleno a Argentina en las próximas dos décadas. “Si pensamos que los jóvenes van a soportar las jubilaciones de los viejos, eso ya no es sostenible”, reforzó Colina.
Informalidad y moratorias: cubrir el hoy, hipotecar el mañana.
La base contributiva se achica mientras el empleo informal crece: la mitad de los ocupados no aporta regularmente, ya sea como cuentapropistas o en empleos no registrados. Las moratorias extendieron derechos a millones de personas que no alcanzaban los 30 años de aportes, pero también “achataron la pirámide”, recordó Falcone. Hoy, siete de cada diez nuevas jubilaciones combinan años cotizados con años “comprados” a crédito del Estado. El resultado: beneficios bajos para casi todos y una carga fiscal creciente sin ingresos suficientes.
El principio de solidaridad –donde los trabajadores activos financian a los retirados– está en crisis. “Con mis aportes jubilatorios se pagan las jubilaciones actuales, pero ya no hay quienes aporten para la mía. Eso es lo que está roto”, afirmó la especialista. La pirámide demográfica, que antes tenía una amplia base de aportantes y un vértice pequeño de beneficiarios, se está invirtiendo: “Vamos a tener un vértice aportando y una gran base cobrando. Eso no es sostenible ni en Argentina ni en ningún lugar del mundo”.
La informalidad laboral, lejos de ser estática, es dinámica. “La mayoría de los trabajadores aporta algo, mucho o poco, pero igual no llega a los 30 años requeridos”, explicó Apella. Solo el 30% de quienes llegan a la edad de retiro cumple con ese requisito; el 13% nunca aportó, y un 57% hizo aportes parciales. Ese grupo intermedio plantea un desafío clave: ¿qué tipo de protección debe ofrecerles el sistema?
La curita que ya no alcanza.
Las moratorias permitieron incluir a personas vulnerables, muchas de ellas trabajadoras informales. Pero, como advirtió Falcone, esa medida fue una “curita” que no resolvió el problema de fondo. “Cuando comenzaron, 5 de cada 10 jubilaciones se completaban con moratoria; hoy son 7 de cada 10. La situación empeoró”. Así, quienes aportaron toda su vida reciben beneficios similares a quienes no lo hicieron, profundizando la percepción de injusticia.

La situación financiera es crítica. “ANSES, aun cobrando impuestos, solo recibe el 50% del dinero que necesita para pagar las prestaciones. Y el Fondo de Garantía de Sustentabilidad, que antes aseguraba 24 meses de pagos, hoy cubre menos de cuatro”, alertó Falcone.
¿Cómo reformar sin expulsar a nadie?
En cuanto a posibles reformas, los expertos coinciden en la necesidad de eliminar el requisito de 30 años de aportes y calcular el beneficio en función de los años efectivamente cotizados. “Lo que habría que hacer es sacar el requisito de los 30 años. Te calcula la jubilación con los años que tenés. Si cotizaste 15 años, te corresponde el 1,5 % de tu salario promedio por cada uno. Si estás por debajo de un piso mínimo, el Estado completa la diferencia”, propuso Colina.
El esquema ideal combinaría un piso universal financiado con impuestos –como la PUAM, pero mejorado– y un beneficio proporcional a los aportes. Modelos como el español, que combina jubilación estatal con capitalización privada, o el uruguayo, que establece una prestación pública hasta un cierto ingreso y ahorro privado por encima de ese umbral, ofrecen referencias posibles. Pero cualquier diseño debe adaptarse a la idiosincrasia y fragilidad macroeconómica argentina.
El giro personal: educación financiera y carreras largas.
Mientras el Estado discute la gran cirugía, los individuos no pueden quedarse inmóviles. Falcone es tajante: “Quien hoy tiene empleo formal debe empezar a construir un ahorro complementario; el Estado no podrá cubrir a la clase media como antes”. La vida de “tres etapas” (estudio, trabajo estable, retiro) se estira hasta los cien años y se fragmenta en múltiples reinvenciones profesionales. Sin alfabetización financiera, el riesgo es llegar a la tercera edad sin capital ni competencias para seguir generando ingresos. La especialista subrayó la importancia de que las personas aprendan a gestionar su dinero y planificar su retiro, ya que el Estado no podrá cubrir los beneficios de millones de adultos mayores en simultáneo.
Prepararse para lo inevitable.
“Hoy la jubilación es una miseria, en el futuro va a ser peor que una miseria. Así que por eso, andá preparándote”, advirtió Colina, en una de las definiciones más crudas del debate. La frase parece alarmista, pero apunta a evitar una catástrofe silenciosa: generaciones que envejezcan sin red. Por eso, dice Apella, el objetivo político no debe ser el consenso absoluto –imposible en un país polarizado– sino niveles de “aceptabilidad social” que permitan girar el timón antes de chocar contra el iceberg demográfico.
El episodio concluye con una certeza compartida: posponer la reforma solo encarece el ajuste futuro. El reloj demográfico no se detiene y la caja previsional tampoco espera. Prepararse, individual y colectivamente, es la única opción.
Por Felicitas Hadad.