El cardenal Robert Prevost aparece en la logia central de la Basílica de San Pedro tras ser elegido el 267.º pontífice de la Iglesia Católica Romana; eligió el nombre de León XIV.


ROMA.- En medio de una ovación, decenas de miles de personas reunidas en la Plaza de San Pedro recibieron con euforia al nuevo papa: Robert Prevost, el primer pontífice de Estados Unidos, quien adoptó el nombre León XIV.
A las 13.08, la fumata blanca finalmente había emergido de la chimenea de la Capilla Sixtina, tras un día de espera, anunciando la elección del nuevo papa, el 267 en la historia y sucesor de Francisco. En ese momento, repicaron las seis imponentes campanas de la Basílica de San Pedro, en señal de júbilo.
Una hora después de la fumata blanca -igual que en 2013-, el cardenal protodiácono, el corso-francés Dominique Mamberti, salió al balcón central de la Basílica de San Pedro, conocido como la “loggia”, para pronunciar el tradicional anuncio en latín: “Habemus Papam”, seguido del nombre del elegido y el que adoptará como pontífice, todo en latín.
Prevost, un misionero de 69 años que dedicó su carrera a servir en Perú y lidera la poderosa oficina de obispos del Vaticano, salió minutos después a ese mismo balcón para enviar su primer mensaje:
“Que la paz sea con ustedes”, dijo León XIV desde el balcón, y le agradeció especialmente a Francisco, quien lo creó cardenal el 30 de septiembre de 2023.

El papa estadounidense recordó, en italiano, que fue un sacerdote agustino, pero que era sobre todo un cristiano y un obispo, “para que todos podamos caminar juntos”.
Prevost, quien tiene también nacionalidad peruana, también habló brevemente en español, para enviarle un mensaje a su diócesis: “Si me permiten también una palabra, un saludo (...) en modo particular a mi querida diócesis de Chiclayo en Perú, donde un pueblo fiel ha acompañado a su obispo, ha compartido su fe”.
Su antecesor argentino, Jorge Bergoglio, sorprendió al mundo el 13 de marzo de 2013, cuando, a los 76 años, se presentó en el balcón con un informal “Queridos hermanas y hermanos, buonasera”, pero lo que dejó una huella histórica fue su decisión de adoptar el nombre de Francisco. En honor al santo patrono de Italia y de Asís, quien, en la Edad Media, renunció a sus riquezas para dedicarse a los pobres, celebró la belleza de la naturaleza y se sintió llamado a reconstruir la Iglesia.
Francisco, como es bien sabido, salió a la loggia reflejando su estilo austero y sencillo: vistiendo únicamente el hábito talar blanco, característico de los pontífices (sin la muceta roja) y sus viejos zapatos ortopédicos negros, luego de rechazar los tradicionales zapatos de suave piel roja que suelen portar los papas. Llevaba también su cruz pectoral de arzobispo de Buenos Aires, plateada y con la imagen del Buen Pastor, que ahora se reproduce sobre la sencilla tumba en la que eligió ser enterrado en la Basílica de Santa María Mayor, cerca de la Virgen Salus Populi Romani, a la que veneraba, fuera del Vaticano.
El nuevo papa, siguiendo la tradición, pasó por la sacristía de la Capilla Sixtina, conocida como la “habitación de las lágrimas” debido a los muchos pontífices que, conmovidos, han roto en llanto allí al tomar conciencia de la gigantesca responsabilidad que implica liderar una Iglesia de más de 1400 millones de fieles.
En ese espacio, además de poder desahogarse, el nuevo papa encontró tres hábitos talares blancos de diferentes tallas, para elegir el que mejor se ajuste a su figura. Al reaparecer vestido de papa en la Capilla Sixtina, sus hermanos cardenales le rindieron homenaje, uno por uno, marcando el inicio de una nueva etapa, sin duda fascinante, en la historia de la Iglesia.
(LN)